jueves, 22 de junio de 2017

Efectos del trauma ancestral silenciado

La importancia del vínculo con nuestros antepasados

«Porque la sangre que heredamos no es nada más que la que traemos al llegar al mundo, la sangre que heredamos está hecha de las cosas que comimos de niños, de las palabras que nos cantaron en la cuna, de los brazos que nos cuidaron, la ropa que nos cobijó y las tormentas que otros remontaron para darnos vida. Pero, sobre todo, la sangre se nos teje con las historias y los sueños de quien nos crece», Ángeles Mastretta (La sangre que heredamos).

Según el Diccionario de la Lengua Española, la palabra «vínculo» proviene del latín vincülum, que significa unión o atadura de una persona con otra, ¿pero de qué unión o atadura se trata desde el enfoque transgeneracional? Se considera que, sin saberlo, todos establecemos vínculos con nuestro sistema familiar. Esto nos mantiene ligados a nuestros antepasados y, por tanto, a sus traumas
vivenciados y silenciados mediante una identificación inconsciente. De ahí que entre el sujeto y
el ancestro se establezca una lealtad invisible mediante la cual la persona carga con experiencias traumáticas que no son suyas, que fueron silenciadas y que no se elaboraron en su momento. El material psíquico familiar se transmite en bruto sin haber sido elaborado. Podemos afirmar, pues, que, a partir de este vínculo o lealtad invisible, todo sujeto recibe una historia singular que no es propia, pero que incorpora en su psiquismo y determina su experiencia vital.

La noción de trauma

Desde el punto de vista transgeneracional, el trauma se entiende como un vestigio de un hecho doloroso o vergonzoso del pasado que se propaga por todo el árbol genealógico para que el miembro de la familia sobre el cual ha recaído toda esa carga pueda elaborarlo.
Esta visión del trauma transgeneracional, como constituyente del psiquismo, puede aportar inequívocamente una mirada más allá de los primeros años de vida, del complejo de Edipo y de las figuras parentales.
Cuando en una familia se producen acontecimientos traumáticos importantes, éstos se mantienen vivos de manera inconsciente y se transmiten a la descendencia si los que sobreviven no hablan de ello. Entendemos por «acontecimientos traumáticos»: suicidios, asesinatos, muertes inexplicables, duelos no realizados, incestos, violaciones, infidelidades, deseos no reconocidos, así como las emociones relacionadas con estas experiencias. 
En cambio, según el Diccionario de psicoanálisis de Laplanche y Pontalis, un trauma se define como: «Un acontecimiento en la vida del sujeto caracterizado por su intensidad, su incapacidad de responder a él adecuadamente y los efectos patógenos duraderos que provoca en la organización psíquica».
Este acontecimiento puede tratarse tanto de un suceso muy impactante como de la suma de pequeños eventos, que serían tolerables si se produjesen aisladamente.
En el intento de ampliar esta noción, nos basamos precisamente en el concepto de trauma transgeneracional: en cómo determinados acontecimientos o experiencias en el núcleo familiar que no se han podido procesar psíquicamente se pueden transmitir inconscientemente a las generaciones siguientes y causar perturbaciones y conflictos en el grupo familiar o en alguno de sus miembros. El sujeto lo recibe en forma de carga, hecho que le provoca un vacío de identidad.


El efecto de lo no dicho en las diferentes generaciones

Estas cargas ancestrales son el residuo del suceso traumático silenciado, que se va transformando y afecta de manera diferente a las posteriores generaciones: En la primera generación, ocurre un hecho que no se puede expresar por diferentes motivos, entre otros, vergüenza, horror, represión o sufrimiento excesivo. Al no poder hablar de ello, la experiencia no se elabora y se mantiene presente psíquicamente en la persona que la ha vivido. El contenido se confina y queda encriptado6 en el yo, condenado a convertirse en secreto, en un indecible que nunca debe ser revelado y del que no se puede hablar debido al dolor y la culpa que evocaría.

En la segunda generación, el secreto no puede ser objeto de representación verbal. El suceso se vuelve innombrable ya que el portador de éste tiene un conocimiento intuitivo de su existencia, pero ignora el contenido. Se podría hablar de una «herencia sin testamento», un legado recibido que no ha sido aceptado.

Por último, en la tercera generación se convierte en impensable, algo que existe pero es inaccesible a la conciencia; nadie se lo puede imaginar. Puesto que los ascendientes no han nombrado dichas experiencias traumáticas ni sus consecuencias emocionales, éstas no pueden ser objeto de ninguna representación verbal en los descendientes. Este hecho puede conducir a una ausencia de simbolización.

Lo silenciado, que como hemos observado tiene un papel fundamental en la transmisión, está compuesto por palabras imposibles de decir que se transmiten por gestos, alusiones, dichos a medias, no dichos o murmullos. Además, contiene los afectos que se han reprimido y están ligados al padecimiento de aquella difícil experiencia. La persona se ve obligada a modificar su discurso para evitar las palabras que la llevarían o la acercarían a romper el silencio, y esto la hace forjar un discurso incongruente.

Fuente: Extractos de XIV Jornadas del EPBCN: «Aperturas en psicoanálisis (III)»

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