miércoles, 9 de agosto de 2017

Paradojas de estar vivos...

NO PODEMOS HACER TODO ESTO JUNTOS, PERO NO PODEMOS HACER TODO ESTO SOLOS.
Soy poderoso porque estoy solo. Y nada ni nadie me importa. Soy intocable. Invencible. Autosuficiente. Completo. Lleno de amor. Una presencia no dual ilimitada.
No necesito ayuda aquí.
Soy poderoso porque estoy desnudo, soy un niño precioso, un principiante, expuesto a los elementos y tan dependiente de los demás, y tan honrado por todo lo que se ofrece y todo lo que no sé y todo lo que no puedo ver y tan malditamente indefenso ante la creación, tan necesitado de Dios y de amor y de la familia y de la comunidad, estoy tan enamorado de esta unión divina.
Yo estaba equivocado, también. Necesito tu ayuda aquí.
Madre. Padre. Hermano. Amante. Extraño. No me abandones ahora. Acércate.
Soy poderoso en mi independencia. Sin embargo soy poderoso en mi dependencia. Todos y todo en la existencia me importa, y toca mi corazón. Me mueve. Me afecta profundamente. Me rompe y luego me hace completo.
Me hace humilde. Me estabiliza. Me enseña.
Ya soy entero, pero necesito que el mundo me haga entero. Estoy loco de paradoja, entonces. Estoy loco de contradicción.
Que así sea. No estoy confundido.
Cuando éramos jóvenes nos enseñaron que nuestras necesidades humanas naturales no importaban. O que tener necesidades era un signo de debilidad.
La necesidad de amor. La necesidad de conectarnos. La necesidad de apoyo emocional. La necesidad de contacto físico. La necesidad de consuelo y calor humano, un calor que no podíamos ofrecernos a nosotros mismos.
Todo era ilusión o inmadurez. Tener necesidades. Ser dependientes. Importarles a los demás. Confiar en que los demás estén allí para nosotros. Creer que los demás nos importan. ¿Cuál era el punto?
"Madura", nos decían.
"Deja de sentirte tan necesitado".
Entonces nos convertimos en buscadores espirituales. Y nos recordaron que nuestras necesidades eran debilidad espiritual, ausencia de coraje. Un claro signo de que todavía estábamos identificados con el ego, que éramos demasiado humanos, que estábamos demasiado “apegados” al mundo y sus placeres, que estábamos demasiado atascados en la “dualidad” y sus historias, que nos sentíamos demasiado temerosos de nuestra soledad.
(Todo era verdad. Y todo era una maldita mentira.)
Aparentamos no tener necesidades. Pretendimos ser desapegados, no dependientes, una isla para nosotros mismos. Fingimos que podíamos hacerlo todo solos. Que no necesitábamos apoyo. Que siempre estábamos bien, porque la vida siempre está bien, ¿de acuerdo?
Sin familia. Sin amistad. Sin los “otros”.
Sin un llanto humano. Sin la Tierra.
Pero toda pretensión debe desmoronarse.
Todo fue un engaño.
Y así fue como nos rompimos y nos abrimos. Porque en última instancia era demasiado doloroso negar el corazón humano y su necesidad de intimidad, su grito para ser escuchado, atestiguado, acogido, ayudado, antes de la muerte.
Y en la ruptura de todos nuestros conceptos de segunda mano, descubrimos nuestro verdadero poder:
El poder que no necesita nada, que no quiere nada,
y sin embargo necesita y quiere también, necesita y quiere sin disculpa o vergüenza.
Estoy solo. Estoy completo.
Y sin embargo.
Necesito apoyo. Necesito calidez. Necesito que alguien me escuche de vez en cuando. Necesito un hombro para llorar. Un toque amistoso. Un compañero confiable en el camino.
Necesito un consejo. Necesito una reflexión sagrada. Otra voz. Otro universo para amar y entender y en el cual pueda perderme sin perderme.
Necesito un hermano, una hermana.
Necesito un amigo. Te necesito a ti.
Nada me duele. Y aún así me duele.
Tal vez tú también sientas dolor, a veces.
¿Te acercarás?
¿Me abrazarás aquí?
¿Y te dejarás abrazar?
No podemos hacer todo esto juntos, pero no podemos hacer todo esto solos.
En el medio, sí, en el fuego, podemos encontrarnos tan profundamente.
No salvándonos unos a otros, pero ya sin abandonarnos por el vacío.
Importándonos mutuamente ahora.
Dejando entrar al otro.
Encontrando seguridad en el riesgo.
Tocando, y siendo tocado a cambio.
Viendo, y dejándonos ver.
Dándonos espacio mutuamente, también.
Sin un lugar para descansar entonces, salvo en el amor, y en el aliento.
Poderosos. Impotentes. Solos. Juntos.
Necesitando nada. Necesitando todo.
Bailando a través de esta paradoja, día a día.
Enamorados de la contradicción.
Y simple... simple y sencillamente vivos.

- Jeff Foster

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