Jung creía que en el hombre existía una
imagen arquetípica femenina, que lo guiaba hacia la completud o la
realización de su propio ser (Selbt). Esta imagen o fuerza es conocida como el "anima",
la cual se podía representar como la madre, la hija, la hermana, la
amante, una diosa celestial o una fuerza telúrica monstruosa, etc.
Aunque en la experiencia el anima y las mujeres con las que se
encuentra el hombre se mezclan y superponen en una retroalimentación de
las fantasías y las fuerzas psíquicas transconcientes, el anima y la mujer en sí misma no son lo mismo. En el caso de la mujer ocurre algo similar, aunque no idéntico, con el animus, el arquetipo masculino en el alma femenina, el cual es aún más complejo, según Jung.
El concepto de anima, de
acuerdo con Jung, iba mejor de la mano con un lenguaje imaginativo,
dramático, mitológico, sensorial, y no con un lenguaje científico
descriptivo; había que dejar espacio, vacío, para que el arquetipo
actuara, ya que era un proceso viviente del alma. A diferencia de lo que
se creía con el horror vacui que se proyectó a la naturaleza, los arquetipos aman el vacío.
El anima encarna en cada hombre
en el trasfondo psíquico como un patrón que universaliza la experiencia
y la refiere a una base profunda de sentido o significado que se
encuentra enraizada en el inconsciente colectivo. El anima es
toda la experiencia de la feminidad en el sexo masculino, más allá de la
especie, que aparece con fuerza imaginativa y que viene desde el
principio del cosmos, el cual está permeado por energías polares u
opuestos que deben conjugarse para dar vida y espiritualmente para
lograr la integración de la psique con su esencia divina.
Esta anima es arquetípicamente
la figura femenina por la cual el hombre se interna en lo desconocido y
mata dragones y demonios. Pero aunque es la gran motivación de la psique
masculina, también puede llevarlo a la perdición; participa también en
la imagen del trickster, la encantatriz, la seductora, la femme fatal, la
diosa Maya, Circe, las sirenas y ninfas, Salomé, etc. Dice Jung: "Ya
que es su gran desafío, exige del hombre lo máximo, y si lo obtiene,
ella lo recibirá". Una afirmación un poco críptica, que parece sugerir
que las joyas de la corona serán solamente de los verdaderamente
valerosos. El soma, el elixir de la inmortalidad siempre está custodiado
por una serpiente y/o una ninfa. Si entrega todo, ella lo recibirá en
su seno: no el seno opresor de la madre celosa sino el seno liberador de
la vida, la energía y el significado que es predicado en la belleza y
la armonía.
En el Libro rojo Jung dice:
"Eres esclavo de lo que tu alma necesita. El hombre más masculino
necesita a la mujer, y por lo tanto es su esclavo. Conviértete en mujer
tu mismo, y serás salvado de la esclavitud a la mujer... La aceptación
de la feminidad lleva a la completud. Lo mismo es válido para la mujer
que acepta su masculinidad". Aquí Jung obviamente habla de la noción
alquímica del hermafrodita, en la que se realiza la unión sexual interna
entre los principios masculinos y femeninos, lo cual no significa
suprimir uno en favor del otro. El hombre debe desarrollar toda su
masculinidad y fuerza, pero también ser sensible a la feminidad.
Jung habló de cuatro etapas en la relación del anima en
el hombre. La primera es Eva, la tierra como madre biológica o como
materia por fertilizar. La segunda etapa cobra una dimensión erótica,
romántica, estética, y se valúa a la mujer como individuo (la mayoría de
los hombres no pasa de esta etapa). La tercera etapa es en la que Eros
se alza a lo religioso y espiritual. Esto es descrito por Platón en El banquete: el
amor físico es trascendido y usado para elevar el alma. La cuarta etapa
es ya una etapa de gloria arquetípica en la que la mujer se convierte
en una encarnación de la divina Sophia, la sabiduría, y con ella el
hombre alcanza la piedra filosofal.
En una entrevista Jung expresó esto: "Las
mujeres son una fuerza mágica. Se rodean de una tensión emocional más
fuerte que la racionalidad del hombre... La mujer es un ser muy fuerte,
mágico. Es por ello que le temo a la mujer". Este temor, creemos, debe ser interpretado como el terror de lo sagrado, el mysterum tremendum,
la sensación que según Rudolf Otto acompaña al verdadero encuentro
místico o numinoso... y, por lo tanto, una forma de veneración. David
Tresan, sin embargo, ve una ambivalencia en Jung, quien atribuyó a los
reflejos fantasiosos y engañosos del anima algunos de los
peligros a los que sucumbieron Nietzsche y los nazis. Pero señala que
después de una experiencia al límite, un casi ataque al corazón que lo
llevó a una seguidilla de visiones nocturnas, siendo su ego vencido in extremis, Jung llegó en 1944 a una experiencia "directa de la belleza no mediada por su intelecto" en la que el anima
se reveló como "puramente irracional, el arquetipo de la vida, directo,
asombroso, eterno". Jung debía también enfrentar la muerte para
penetrar en los misterios del anima, desde cuyos abismos
radiantes se erigen "el amor, la belleza, la sabiduría", esa trinidad
que representa la mujer en el alma masculina.* Citas tomadas del ensayo "Anima" de Paul Watsky
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