La culpa y el castigo no sirven para solucionar nuestros conflictos. No somos culpables, sino responsables. Cuando culpamos a los demás estamos juzgando algo que no consideramos correcto y repudiamos en nosotros mismos.
1. La culpa y el castigo. Desde la concepción judeocristiana de culpa podemos entender que quien tiene la culpa merece un castigo. En relación con esto podemos hablar de la psicología conductista y de los mecanismos de control de la conducta mediante refuerzos positivos y negativos. No obstante, sabemos también que el comportamiento de cualquier ser vivo contiene en sí mismo una intención positiva, un por qué y un para qué, que lleva a la persona a actuar de cierta manera. Nuestros comportamientos, la gran mayoría de ellos inconscientes, persiguen en todos los casos cubrir necesidades biológicas básicas, como puede ser el sentimiento de seguridad, de aceptación, de valoración, etc. Luego la represión o el castigo de cualquier comportamiento, si no conlleva la comprensión y la cobertura de estas necesidades biológicas básicas, derivará en otro comportamiento, otra forma de ser que consiga suplirlas. De todo lo anterior deducimos que la culpa, y su consecuente castigo, no sirve para solucionar ningún conflicto. Hemos de tener en cuenta que no somos culpables, sino responsables de lo que hacemos, y de las consecuencias de nuestros actos. Solamente entendiendo nuestra forma de actuar, y la intención positiva de la que proviene, podremos cambiar nuestro comportamiento.2. La culpa como mecanismo de proyección. Como bien sabemos vivimos en un mundo de ilusión, un mundo en el que percibimos en los demás aquello sobre lo que no somos conscientes o repudiamos en nosotros mismos. A esto lo llamamos proyección, un término empleado por Carl Gustav Jung, discípulo de Freud. De esta forma, todo lo que nos molesta e incluso lo que sucede a nuestro alrededor, forma parte de nuestra propia forma de ser, que se proyecta en nuestra vida diaria mientras no seamos conscientes de ello. Cuando decimos que alguien es “desagradable”, “malicioso”, “cruel”, “interesado”, etc. estamos identificando en él/ella cualidades que no queremos ver en nosotros mismos, o que no relacionamos con nuestro “yo” ideal, es decir, el “ego”. Entonces lo mandamos a la sombra, al inconsciente, y éste se manifiesta en situaciones y personas que formarán parte de nuestra vida diaria. Cuando culpamos a alguien de algo, seguimos juzgando aquello que no consideramos correcto para nosotros, y así perpetuamos estas circunstancias. Para deshacer estas proyecciones hemos de integrar la sombra, lo inconsciente, que es aquello que vemos en los demás y a nuestro alrededor, para entonces poder ser libres de todos estos condicionamientos, de la culpa y del castigo.
3. La culpa y el perdón nos lleva a la integración de la sombra. Cuando nos estancamos en la culpa, cuando culpamos a los demás de lo que nos sucede, entramos en el victimismo, nos convertimos en víctimas inocentes y creemos merecer la simpatía y la compasión de los demás, además de demandar un castigo para el culpable. Esto nos lleva a no movernos, a no cambiar nuestra forma de ser, ya que consideramos que el castigo sobre el otro rectificará nuestro problema. No nos damos cuenta que aquello que queremos castigar en el otro es lo que castigamos en nosotros y que, por lo tanto, la única manera de resolver el conflicto es perdonar al otro. Así nos perdonamos a nosotros, más bien, perdonamos nuestros juicios, que proyectamos sobre los demás. Sólo entonces podemos liberarnos de las cadenas que nos atan a nuestros propios mandatos inconscientes, y que el universo tan fervientemente quiere que hagamos conscientes.
“Perdonar al otro es dar gracias por el aprendizaje”. (Enric Corbera)
fuente: https://www.enriccorberainstitute.com
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